Ecoaldeas y permacultura: alternativas de vida para coexistir
Textos: Luisa María Gallo G.
Abres los ojos cada mañana y sientes el canto de los pájaros. Frente a ti, una ventana por la que puedes observar los árboles entre los que están emplazadas las casas de otras personas que, también como tú, saben que existen otras formas de habitar el mundo y estar en equilibrio con él.
”Las ecoaldeas son valiosas porque son una forma de vida en la que las personas se comprometen a un aprendizaje continuo que deje atrás la individualidad y abandone la ilusión de independencia y de ser totalmente autosuficientes. En realidad, somos un sistema vivo interdependiente al que estamos afectando con nuestras formas de vida”, explica Carlos Rojas, cofundador y representante de Aldeafeliz.
Este movimiento surgió en la década de 1960 como una forma de resistencia a aquellos sistemas productivos y energéticos que no consideraban las consecuencias negativas sobre las personas y el medioambiente. Por ejemplo, en Alemania se formaron colectivos de pequeñas aldeas con una bandera antinuclear.
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Estos asentamientos humanos se apalancan en dos circunstancias que bien podrían resultar paradójicas: que su novedad sea, justamente, recuperar formas de vida antiguas. Unas en las que, más allá de las preocupaciones por la acumulación de capital o la fama, se centren en descubrir la potencialidad de lo humano. “Es también una búsqueda por la belleza que pueden obtener las personas cuando crecen retándose a sí mismos y en comunidad”, puntualiza Rojas.
Para construir
A pesar de que las ecoaldeas coinciden en ciertos principios, cada una de ellas determina los propios. Para Aldeafeliz su constitución se dio luego de crear grupos de trabajo en diferentes frentes. El que denominaron “Expedición geográfica”, conformado por cerca de 50 personas, eligió el lugar en el que está ubicada la ecoaldea, un territorio de 3,5 hectáreas en el que hay 10 casas. A través de una encuesta acordaron que querían construir un espacio que estuviera, como máxima distancia, a hora y media de Bogotá y que tuviera un clima templado. Así fue como compraron este terreno de manera colectiva, en un proceso que tardó dos años, tiempo que aprovecharon para acampar y empezar a construir la experiencia de vivir en comunidad.
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Las ecoaldeas, más allá de tener una vida que se expresa exteriormente, procuran construir una visión del mundo. Justo en este punto coinciden con otras filosofías y prácticas que buscan una vida más sostenible, como la permacultura y sus técnicas. De acuerdo con María Juliana ‘Magu’ Hurtado, fundadora de la escuela de sustentabilidad La Casa de Campo, a pesar de que la permacultura no es un equivalente de bioconstrucción o de agricultura orgánica, esta ofrece herramientas para lograrlo y es uno de los principios para el diseño y mantenimiento de muchas ecoaldeas en sistemas de agricultura, energía renovable y gestión de residuos.
“A través de la permacultura generamos nuestras viviendas en bioconstrucción, agroforestas sanas, unas economías solidarias, una educación distinta y una manera de gobernanza conocida como sociocracia”, amplía Hurtado, diseñadora industrial de profesión y “permacultora de corazón”.
Estos métodos de construcción son algunos de los que, por reglamento, implementan en Aldeafeliz, ya que las casas deben ser ecológicas como una de las formas de armonizar con la naturaleza. Cada miembro ha diseñado su vivienda a su gusto y, con el apoyo de algunos miembros que tienen conocimientos de arquitectura, han verificado las estructuras, los sistemas constructivos y tramitado las licencias de construcción.
“Nuestras casas deben tener estructuras de bambú, de madera o de tierra cruda. Además, tener sistemas de tratamiento ecológicos de aguas negras y aguas grises. La aldea se ha convertido en un lugar para coleccionar tecnologías sostenibles”, señala Rojas.
Que en Colombia hoy existan cerca de 17 ecoaldeas consolidadas, reunidas en la Red Colombiana de Ecoaldeas y Comunidades Alternativas, es resultado de personas que buscan una coexistencia equilibrada con la naturaleza y ofrecen sus capacidades para lograrlo a través de la construcción comunitaria. “No nos vemos como propietarios o dueños de la naturaleza, sino que nos vemos como parte de ella y nos consideramos sus cuidadores y aprendices”, enfatiza Carlos Rojas.
Lugar para la vida
Las ecoaldeas se han construido con la intención de que allí pueda darse la vida de manera integral. Considerando que existen familias con hijos es común que cuenten con espacios para su educación. En Aldeafeliz, por ejemplo, existe la comunidad educativa Uba Qynza, que significa Semilla Colibrí y recibe a niños miembros de la ecoaldea y a otros vecinos para desarrollar un proceso pedagógico que reconozca sus talentos.